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HISTORIA  DE  MORTADELO  Y  FILEMÓN

El secreto del éxito de Mortadelo y Filemón probablemente esté en que a lo largo de sus cincuenta años de historia no han perdido nunca ni un ápice de vigencia y se han ido renovando constantemente. De la mano de Francisco Ibáñez (Barcelona, 1936), vamos a hacer un repaso a la evolución de los cómics de Mortadelo y Filemón durante este tiempo. El día 20 de enero de 1958, en el mítico número 1.394 de Pulgarcito, la revista infantil más popular del momento, nació Mortadelo y Filemón, Agencia de Información. “En aquella época se estilaban las rimas y los pareados”, recuerda Ibáñez. Desde ese día se han vendido más de 150 millones de ejemplares de los 150 álbumes publicados de Mortadelo y Filemón y se han traducido a más de una decena de idiomas. No es de extrañar pues que, según dice el propio Ibáñez, “mis personajes han viajado mucho más que el propio autor”. En 1958 hacía un año que había dejado de trabajar en el Banco Español de Crédito para dedicarse exclusivamente a la editorial Bruguera, principal fábrica de tebeos de la época. Poco a poco fue demostrando su talento hasta que le ofrecieron la oportunidad de crear unos personajes propios. La censura de la época le obligó a andar con pies de plomo y tuvo que evitar cualquier atisbo de erotismo o de violencia. En estas condiciones creó unos personajes bastante similares a los actuales, aunque entonces Mortadelo no se despegaba de su paraguas, Filemón de su pipa y ambos llevaban sombrero. Eso sí, desde el principio Mortadelo ya se disfrazaba (en las 16 viñetas de la primera página se disfraza de perro, sereno, mozo y pingüino) y Filemón ya ejercía de jefe. Ibáñez, que se define como un consumado admirador de clásicos del cine cómico como Abbot y Costello, Chaplin y Harold Lloyd, había creado un Sherlock Holmes y un Watson a la española. “Al principio la historieta era un chiste inflado que se desarrollaba al final. Los de la censura querían que nadie pensara, que la gente pasara el rato. Por eso no aparecen mujeres en las historietas, cuando los censores veían a una le empezaban a recortar las curvas hasta dejarla como un espárrago cabezón. Un día dibujé un perro comiéndose un hueso y me lo censuraron porque afirmaban que aquello no era hueso, que aquello era un miembro viril y que había que quitarlo”.   Con los años, Mortadelo y Filemón se deshicieron de la pipa, del paraguas y de los sombreros y ganaron papel. En 1964 ya eran muy populares y ocuparon la página central de Pulgarcito. En 1969 lo fueron todavía más y en la recién creada revista Gran Pulgarcito, comenzaron las historietas por entregas. En cada entrega aparecían cuatro páginas de una aventura que terminaba al cabo de 11 números y que luego se publicaba en un álbum de tapa dura. Pero el que inauguró la colección Ases del Humor fue El Sulfato Atómico, donde dejaron de estar solos e ingresaron en la T.I.A. (Técnicos de Investigación Aeroterráquea). Allí se las tendrían que ver, además de con cacos y malhechores, con el colérico Superintendente Vicente (el Súper) y con los inventos del Profesor Bacterio. El salto evolutivo fue enorme, Ibáñez convirtió las páginas de Mortadelo y Filemón en una sucesión disparatada de gags y, con la T.I.A., introdujo algo de política: a nadie se le escapaba que era una parodia de la C.I.A.   En los años setenta, el éxito de la colección Ases del Humor, y también de las revistas Mortadelo, Súper Mortadelo, Mortadelo Gigante convirtieron a F. Ibáñez en el principal activo de Bruguera y se convirtió en un negocio a exportar: “Vieron que, si se hacía algo de calidad, ese algo tenía salida, se podía vender fuera”, recuerda. Por aquel entonces murió Franco y llegó la libertad creativa a España y también para Mortadelo y Filemón. “Aunque de vez en cuando salía algún político, no hice crítica de la situación política. Para eso estaban ya otros humoristas. Y tampoco entró el destape, que es un arma de doble filo: a la larga se agota y a la corta resulta absurdo”. Pero cuando Mortadelo y Filemón traspasaron realmente todas las fronteras fue cuando la T.I.A. comenzó a encomendarles misiones en los Mundiales de fútbol y en las Olimpiadas. Así, en 1978 cruzaron el charco para jugar en Argentina y en 1980 boicotearon los Juegos de Moscú más que los propios americanos.   Con la llegada de los años ochenta, Mortadelo y Filemón se consolidan como el Astérix o el Tintín hispánicos. En 1985 Ibáñez dejó Bruguera y al año siguiente, sin él, esta editorial desapareció. Dibujó otros personajes en Grijalbo hasta 1988, cuando Ediciones B, propietaria del fondo de Bruguera, le contrató. Desde entonces lanza seis álbumes al año (tres veces más que Astérix).   En la última década le ha sacado mucho partido a la actualidad española y ha convertido a Juan Guerra en Juanito Batalla; a Luis Roldán en Rulfián, director de la Guardia Viril; y ha hecho que Jordi Pujol, Maragall, Serra y Felipe González se peleen por un sillón en las Olimpiadas de Barcelona. “A veces los políticos nos hacen competencia desleal, ellos tienen más gracia”, ha dicho de ellos Ibáñez. También ha convertido la gaviota del Partido Popular en un buitre en el especial del último Mundial o ha escrito títulos como El atasco de influencias, Corrupción a mogollón, El pinchazo telefónico o se ha atrevido con temas más universales, como en las aventuras de Bye, bye, Hong Kong!, Dinosaurios o Las vacas chaladas. El ingreso de Mortadelo y Filemón en la madurez ha llevado a Ibáñez a despejar la gran incógnita del último medio siglo: ¿qué hacen dos hombres solos viviendo en la pensión El Calvario? Ibáñez responde: “Pues no son rarillos, no. Han tenido unas cuantas señoras con las que han acabado mal. ¿De qué otro modo podían acabar?”. Efectivamente los tiempos han cambiado y Mortadelo y Filemón con ellos. Así le ha llegado a Ibáñez la hora de los premios y los aniversarios y él sigue en la brecha. Tanto es así que, sobre el hipotético final de Mortadelo y Filemón, Ibáñez ha sentenciado: “Yo no quiero matarlos. El día que yo desparezca alguien tendrá que continuarlos”.