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“No te daré mucho trabajo, tengo el cuello muy fino”. Estas palabras, dirigidas al verdugo que debía decapitarla con una espada, fueron las últimas que pronunció Ana Bolena antes de morir en el cadalso. Bolena se convirtió en la obsesión de Enrique VIII. Por conseguirla, el monarca anuló su matrimonio con Catalina de Aragón, hija de los Reyes Católicos; se enfrentó a Carlos V, sobrino de ésta; y rompió con la Iglesia católica, a la que pertenecía.

Sin embargo, esta mujer, después de contraer matrimonio, quedó en manos de un monarca inconstante, que no dudó en inventar cargos contra ella, algunos absurdos (practicar la brujería para convertirlo en su esposo, mantener relaciones con cinco hombres, cometer incesto con su hermano George Bolena…) para conseguir su decapitación. Las siguientes esposas no tuvieron mucha más suerte.

Enrique era un apasionado de las mujeres, a pesar de no ser un gran amante. Ya desde pequeño tuvo problemas con su peso. Era un niño gordito, muy aficionado a los pasteles, chocolates y uvas. Su madre le regañaba por comer a deshoras. De mayor, la falta de ejercicio lo convirtió en un monarca obeso, aunque era simpático y bromista con las mujeres.

Al parecer, cuando Enrique VIII engordó y envejeció, dejó de ser buen amante. Sus mujeres sentían rechazo e, incluso, llegaron a reírse de él. Las que lo engañaron, le contaron a sus amantes las intimidades del decrépito monarca. Aún así, algunas lo quisieron. También lo amaban sus súbditos: el carácter duro y tiránico de este monarca, sobre todo en sus últimos tiempos, no supuso un obstáculo para contar con la fidelidad y el cariño de su pueblo.

La primera esposa de Enrique fue Catalina de Aragón (1485-1536), hija de los Reyes Católicos. Cuando Catalina tenía tres años, sus padres la comprometieron con el hermano mayor de Enrique, Arturo, que sólo tenía dos años de edad. Con casi 16 años, Catalina se casó con éste. A los pocos meses de celebrarse el enlace, Arturo, contrajo una infección y murió dejando a Catalina viuda y virgen.

El padre del futuro Enrique VIII, Enrique VII, deseoso de mantener la alianza entre Inglaterra y España, decidió que su hijo menor se casara con la joven viuda. Aunque el primer matrimonio no se había consumado, según afirmaba Catalina, se obtuvo una dispensa papal para despejar las dudas acerca de la legitimidad del segundo casamiento.

Tras la muerte de su padre, Enrique VIII subió al trono en 1509. Contrajo matrimonio con Catalina nueve semanas antes de su coronación. Su matrimonio, sin duda, se debía a razones de Estado, no al amor.

Al parecer, la reina se quedó embarazada al menos seis veces, pero sólo sobrevivió una niña, María Tudor. Enrique tuvo varias concubinas, como María Bolena e Isabel Blount, con quien tuvo un hijo ilegítimo. Pero el monarca deseaba un hijo varón legítimo. Cuando Catalina cumplió los 42 años y parecía que ya no podría tener más niños, Enrique se interesó por la hermana de María Bolena, Ana (1500?-1536)).

Se obsesionó con esta joven, a pesar de que no era una gran belleza. Al parecer, al verla representar una obra de teatro, el rey se sintió fascinado por su atractivo y empezó a cortejarla. Pero Ana no quería ser una simple amante, como había sido su propia hermana María, de modo que le negó sus favores sexuales hasta que la hiciera su esposa.

Ana había pasado años en la corte de Francia y allí se convirtió en una joven sofisticada, que hablaba con soltura francés, y vestía con elegancia. Tenía unos bellos ojos; un largo cuello; mucho encanto y una gran facilidad para tocar instrumentos musicales, bailar y declamar. Sabía que todas esas cualidades y su inteligencia pondrían al rey a sus pies y la convertirían en reina de Inglaterra.

Se dijo de ella que tenía numerosas verrugas y lunares y un sexto dedo en una de sus manos, pero quizás fueron invenciones del pueblo, que nunca la aceptó, porque resulta extraño que, con tantas imperfecciones, el rey se enamorase tan perdidamente de ella. Su pasión por Ana quedó reflejada en 17 cartas amorosas que le escribió y que, actualmente, se conservan en la Biblioteca del Vaticano.

Pero, para casarse con Ana, Enrique primero tenía que conseguir la nulidad de su matrimonio con Catalina. Era difícil conseguir dicha nulidad por impedimento de parentesco ya que la reina Catalina había testificado que su matrimonio con Arturo no había sido consumado. El monarca apeló directamente a la Santa Sede. Envió a su secretario William Knight a Roma para que transmitiera al Papa Clemente VII que la Bula del Papa Julio II había sido obtenida mediante engaños y era nula. Cuando Catalina tuvo noticia del proyecto de su marido de anular el matrimonio se alteró mucho. También apeló al Papa, que consideró que la apoyaría, siendo su sobrino Carlos V, el Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico.

Enrique estaba decidido a romper su matrimonio y fue despojando de su poder y riqueza a todos los miembros de la Iglesia de Inglaterra que se opusieran a sus pretensiones. Convirtió a Thomas Cranmer en el nuevo arzobispo de Canterbury.

A finales de 1532, Ana, ante la insistencia de Enrique de tener relaciones sexuales, terminó cediendo y en diciembre se quedó embarazada. El 25 de enero de 1533 contrajeron matrimonio en secreto. Cranmer declaró la nulidad del matrimonio con Catalina, y sostuvo la validez del matrimonio con Ana. Enrique se separó de la Iglesia Católica de Roma (cisma anglicano) y se hizo reconocer como jefe supremo de la nueva Iglesia de Inglaterra. Clemente VII, que, después de sus dudas y ambivalencias, consideró legítimo el matrimonio con Catalina, excomulgó a Enrique.

Catalina de Aragón, confinada en varios castillos húmedos y malsanos, nunca renunció a sus derechos de reina ni aceptó la nulidad de su matrimonio. En el castillo de Kimbolton, murió de cáncer el 7 de enero de 1536, a la edad de 50 años.

El parlamento dio el visto bueno al matrimonio entre Enrique y Ana Bolena en el Acta de Sucesión de 1534. Todos los adultos fueron obligados a admitir lo dispuesto en esta Acta; quienes la rechazaban eran condenados a prisión de por vida. La publicación de cualquier escrito en el que se indicase que el matrimonio de Enrique con Ana no era válido se consideraba un delito de alta traición, castigado con pena de muerte. Algunos opositores, entre ellos Tomás Moro, fueron ejecutados.

Pero, después de tres años de convivencia, también Ana Bolena dejó de atraer al monarca. Enrique, además, estaba decepcionado de ella porque tampoco le había dado un hijo varón, la princesa Isabel no era suficiente. Ana tuvo dos embarazos más, uno de ellos de un hijo varón, pero no sobrevivieron. La relación entre ambos se enfrió rápidamente.

Tampoco el pueblo aceptaba a Ana (a la que llamaban “la ramera del rey”), sobre todo por su orgullo. Por otra parte, el rey contrajo la sífilis, lo que agrió aún más su carácter. Pero, sin duda, una de las principales causas que contribuyó a que su matrimonio fracasara fue Jane Seymor, una doncella de la corte que se convirtió en el nuevo capricho del monarca.

Para deshacerse de Ana, la acusó de diversos delitos: usar la brujería para convertirlo en su esposo, tener relaciones adúlteras con cinco hombres, cometer incesto con su hermano George Bolena, Vizconde de Rochford, injuriar al Rey y conspirar para asesinarlo, lo que se consideraba alta traición.

En mayo de 1536, se condenó a Ana y a su hermano a muerte: el Rey debía elegir si por la hoguera o por decapitación. Los otros cuatro hombres, acusados de tener relaciones con Ana, fueron condenados a ser colgados, ahogados y descuartizados. George Bolena fue decapitado, después de celebrarse el juicio; los otros cuatro condenados consiguieron que su pena fuese conmutada por decapitación.

Ana también fue decapitada al poco tiempo. El rey la mandó a la Torre de Londres y le arrebató a Isabel, a la que declaró bastarda. Encerrada en la Torre, Ana fue consciente de que su vida se acababa, comenzó a aterrorizarse y a llorar de manera histérica con frecuencia. Sin embargo, el día de la ejecución, Ana mostró una gran entereza y dignidad e hizo el famoso comentario sobre su delgado cuello.

A los pocos días de ser decapitada Ana, Enrique VIII se casó con Jane Seymour (1509-1537). El Acta de Sucesión de 1536 declaró a los hijos de la reina Jane dentro de la línea de sucesoria, excluyendo a Lady María y a Lady Isabel.

Por fin, Enrique VIII tuvo, con esta esposa, su ansiado hijo varón, el príncipe Eduardo. Jane dio a luz en 1537; asistió, muy débil al bautizo de su hijo, y falleció dos semanas después. El rey la consideró siempre su “verdadera” esposa, porque fue la única que le dio el heredero varón que tanto deseaba. Enrique la enterró en la Capilla de San Jorge, en el Castillo de Windsor, lugar que él había destinado para su propia tumba,

Eduardo era un niño muy débil y el monarca decidió que debía volver a casarse para tener otro varón más saludable. Le sugirieron que lo hiciese con Ana de Cleves (1515-1557) , hermana del protestante Duque de Cleves, que sería un importante aliado en el caso de que Roma atacara a Inglaterra.

Hans Holbein el Joven pintó un retrato de Ana para el rey. A Enrique le agradó el retrato y decidió desposarse con ella. Pero cuando Ana llegó a Inglaterra, el rey no la encontró nada atractiva e, incluso, la llamó en privado “la yegua de Flandes”. El pintor decidió favorecerla en el retrato y no mostrar su cara picada de viruela. A pesar de su gran decepción, Enrique contrajo matrimonio con ella el 6 de enero de 1540. Este enlace respondió a razones políticas, como el que contrajo con Catalina de Aragón.

Pero, al poco tiempo, Enrique quiso terminar el matrimonio. La reina no le gustaba y, además, el Duque de Cleves se había enfrentado al Emperador del Sacro Imperio Romano, con quien Enrique no quería tener dificultades. A diferencia de Catalina, la reina Ana, sabiendo lo peligroso que era su marido cuando quería conseguir una ruptura, no puso obstáculos a la anulación. Testificó que el casamiento no se había consumado y afirmó que Enrique cada noche entraba en su habitación para besarla en la frente y desearle las buenas noches.

El matrimonio fue declarado nulo. Ana recibió el título de “Hermana del rey” y recibió el castillo de Haver, la ex residencia de la familia de Ana Bolena. Su vida transcurrió, de forma discreta, fuera de la corte.

El 28 de julio de 1540, Enrique se casó con la joven Catalina Howard (1521-1542), a la que él llamaba “la rosa sin espinas”, y que era prima de Ana Bolena. Catalina era dama de compañía de la reina Ana de Cleves. El rey la convirtió en su amante y, cuando consiguió la nulidad de su matrimonio con Ana, la hizo su esposa. Enrique tenía casi 50 años, Catalina sólo 19

Enrique, un hombre ya mayor y obeso (medía 137 centímetros de cintura), obsequió a su joven mujer con joyas y otros valiosos regalos, pero aún así no consiguió interesarla. A ella le desagradaba el cuerpo de su esposo y pronto buscó amantes jóvenes y atractivos. Uno de los cortesanos favoritos del rey, Thomas Culpeper, se convirtió en su amante.

Los rumores de sus infidelidades llegaron hasta los oídos del monarca que, en un principio, no quiso creerlos, pero cuando las evidencias fueron claras, Enrique mandó vigilarla. Se descubrió una carta de amor que había escrito a Culpeper. Fue acusada de adulterio que, en el caso de la reina, significaba también delito de traición.

La reina fue encerrada en la abadía de Middlesex en invierno de 1541. Sus amantes, Thomas Culpeper y Francis Dereham, fueron ejecutados el 8 de diciembre. Catalina fue llevada a la Torre de Londres el 10 de febrero de 1542. La noche anterior a su ejecución, pasó horas practicando como colocar su cabeza sobre el cadalso. El 13 de febrero de 1542 subió al cadalso con gran dignidad, aunque estaba pálida y aterrorizada. Antes de morir, pidió perdón a su familia y rezó por la salvación de su alma. Fue enterrada junto a su prima Ana Bolena.

La última esposa de Enrique VIII fue Catalina Parr (1512-1548). Catalina era una viuda, perteneciente a la nobleza, que había recibido una exquisita educación. Se había casado ya en dos anteriores ocasiones: con Lord Edward Borough, que falleció en 1533; y con Lord Latimer, que murió en 1543. Tras esta muerte, Catalina, convertida en una rica viuda de 31 años, empezó una relación con Thomas Seymour, hermano de la difunta reina Jane Seymour. Pero el rey irrumpió en la vida de Catalina impidiendo que pudiera contraer matrimonio con Seymour. Por lo visto, ella fue a la corte a pedir clemencia por la mujer de su hermano, acusada de adulterio con pruebas concluyentes. El monarca aprovechó la ocasión para pedirle que lo aceptase como esposo y ella consideró un deber hacerlo.

Se casaron el 12 de julio de 1543. Catalina medió en la reconciliación de Enrique con sus hijas, María e Isabel, y mantuvo también una buena relación con el príncipe Eduardo, futuro rey Eduardo VI.

Enrique VIII falleció el 28 de enero de 1547. Fue sepultado en la Capilla de San Jorge, en el castillo de Windsor, al lado de Jane Seymour. Sus últimos años fueron muy difíciles, debilitado por la gota, aguantando fuertes dolores, su estado físico fue progresivamente empeorando hasta su fallecimiento.

Después de la muerte del rey, Catalina se casó casi de inmediato con Tomás Seymour, pero su felicidad no duró mucho. Tomó bajo su tutela a la princesa Isabel, pero su marido fue acusado de abusar de la adolescente princesa Isabel, que tuvo que salir de la mansión donde los tres residían. Por otro lado, Catalina, que no había tenido hijos de sus anteriores matrimonios, quedó embarazada y murió, con 37 años, por complicaciones en el parto.

Curiosamente, en 1782 un caballero llamado John Lucas descubrió el ataúd de la reina Catalina entre las ruinas del castillo de Sudeley. Cuando abrió el féretro, encontró el cuerpo, después de 234 años, en un asombroso estado de conservación. Tomó unos cuantos mechones del cabello del cadáver y cerró de nuevo el ataúd. Cuando el féretro se abrió de nuevo de forma oficial en 1817 sólo quedaban restos de un esqueleto.